Queimada Grande por Audrys Cuevas
Las hojas verduzcas compiten con el azul del cielo. Desde donde te encuentras son innumerables, posiblemente infinitas. Dicen que quién las creó tiene arte y que todo lo que hace, es perfecto. Las palmas casi tocan el cielo con sus puntas y las montañas, a veces verdes, a veces marrones, son inalcanzables, poderosas en su magnitud y hermosura. Los troncos gruesos y fuertes te dicen que el lugar es indestructible. El su elo agoniza de hojas secas y caminos brotados de piedras. Entre el verde, se visualizan diminutos rasgos de un rojo intenso. Flamboyanes, alimentados con la sangre de los caídos aquí, de los que nunca fueron hallados sus cuerpos. ¡Chas! La piel se te eriza de solo pensarlo. Te adentras a un camino de tierra amarillenta. Mientras avanzas, a tu derecha las cañadas se esconden con la alameda. Si te adentraras en ella, difícilmente encontrarían tu cuerpo vuelto papilla. Suspiras. Huele a tierra húmeda, frutos podridos, hojas viejas y en descomposición. Tus pasos colisionan